CLAUDIO, EL DIOS, Y SU ESPOSA MESALINA, de Robert Graves.

No hace mucho que comenté "Yo, Claudio", así que no repetiré lo que ya dije allí. Baste añadir que esta segunda parte es una digna sucesora. Habíamos dejado a Claudio siendo nombrado emperador por la guardia, y Graves retrocede un poco en el tiempo para ponernos en antecedentes sobre Herodes Agripa, personaje que será clave en la trama. Este extraño interludio justo al principio de la novela corta un poco el ritmo narrativo, pero al final hay que coincidir con el autor en que era necesario. La novela bien podría haber dejado fuera del título a Mesalina (qué no será importante hasta los últimos capítulos de la novela) y haber incluido a Herodes, que es casi omnipresente. Su transformación desde su educación romana hasta que abraza las creencia judías de su familia y acaba convenciéndose de que es el mesías e intenta unir a toda su gente en un levantamiento contra el imperio, no sólo ocupa gran parte de la novela, sino que es posiblemente la parte más interesante (junto con la conquista de Britania, con elefantes, camellos, guerreros nubios y honderos baleares, que parece casi sacada de un libro de fantasía épica).  Lo único que perjudica a la novela y la pone (para mi gusto al menos) un peldaño por debajo de la primera parte, es que Claudio fue, dentro de lo que cabe, un buen emperador, así que el flujo de asesinatos, traiciones y conspiraciones es más irregular y en algunas partes el relato se resiente de que en Roma reinaran la paz y la prosperidad.Graves no tiene más remedio que relatar las grandes obras públicas y la remodelación del cuerpo de funcionarios que llevó a cabo Claudio, que por impresionante que fuera ( y lo fue) no resulta tan apasionante cómo el anterior recuento de maldad, paranoia y demencia al que nos habíamos acostumbrado. De cualquier modo, sigue siendo un gran libro que gustará a quien le gustara la primera parte.


Veredicto: 8,5 Echaré de menos a Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Británico. Ha llegado a ser cómo un amigo.