INFIERNO BLANCO, de Joe Carnahan‏

Un grupo de trabajadores de una remota planta petrolífera al norte de Alaska está regresando a casa cuando el avión se estrella en mitad de la nada. Rodeados de hielo y nieve, los pocos supervivientes se verán obligados a luchar por sus vidas en unas condiciones climatológicas extremas y sin esperanza de que un rescate llegue a tiempo. Puede sonar a visto, pero la película introduce un cambio al añadir a los peligros del clima a... *redoble de tambores* ¡Una manada de lobos! Durante los primeros pasajes de la película da la impresión de que el carisma de Liam Neeson va a bastar para salvar la película. Nuestro protagonista es un cazador de lobos, contratado por la empresa petrolífera para mantener a salvo a sus empleados. Cuando empieza la película está en su peor momento, planteándose el suicidio, pero al verse envuelto en la catástrofe encuentra la fuerza para luchar por su vida a toda costa. 
Mientras dura la presentación de personajes la cosa mantiene más o menos el interés. Conocemos a unos personajes algo arquetípicos que logran  caernos bien o mal con cierta eficacia, pero a partir de ahí la cosa va decayendo. Situaciones cada vez más exageradas chocan con el realismos de los primeros momentos haciendo perder toda credibilidad a la situación. Sí la absurda escena del acantilado no te hace perder el interés, el disparatado homenaje a Lobezno de la última escena seguro que lo hará. Y es una pena porque si no te dejara con ese mal sabor de boca al final habría sido una cinta poco memorable, pero correcta y bastante entretenida.

Veredicto: 6 Empieza razonablemente bien y se va desinflando hasta caer en el ridículo en la última escena.

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